Wall Street se rinde, el apretón financiero continúa y cash is king


Sin embargo, con sendos ajustes de medio punto en junio y julio la política monetaria se dará por satisfecha. La primera reacción fue un rally furibundo de alivio. La segunda, al día siguiente, fue su reversión por completo más el añadido de un nuevo descenso. Las razones que dio Powell –la luz de esperanza que encendió el deflactor núcleo del consumo con avances de solo 0,3% en febrero y marzo, una desaceleración notable de la inflación subyacente– no surtieron efecto. Los futuros de Chicago no compran ni siquiera la promesa de Powell. Una suba de tres cuartos de punto cotiza para la próxima reunión con un 82% de probabilidad. Y no creen que la Fed, que recién puso una pica en 1%, podrá moderar su embestida en lo que resta de 2022. Terminará ubicándose entre 2,75% y 3,25% con una probabilidad de 92%. Es otra ironía: Wall Street nunca sufrió de vértigo para conquistar cumbres inalcanzables, y ahora mira estas cifras y se marea. Y si bien mucho se habla de la suba de tasas, nada carcome la fe más que el QT, la tala del balance. De su maniobra espejo –el QE o expansión cuantitativa– decía Ben Bernanke: “no funciona en la teoría, pero sí en la práctica”.
Vale la reflexión: la liquidez que va a retirar la Fed en lo que resta del año es apenas una fracción de la liquidez excedente del sistema, y sin embargo su mera mención es un misil bajo la línea de flotación. La Bolsa tambalea, el bear market se avecina, el mantra es la recesión global, y no obstante, las tasas largas suben más que las cortas, la curva de los bonos se empina; y escalan las tasas reales. La duración que agregará el QT tampoco es tanta. Las brujas no existen, pero que las hay, las hay. ¿Por qué todo ello importa? Sin estabilidad en las tasas largas los mercados no tendrán paz.
Esto es un maratón y no un sprint de velocidad. Y el pecado de los mercados es quedarse sin piernas cuando la economía, el empleo y los precios todavía dan zancadas. “Aun la data más débil no significa recesión”, acota Frank Elderson, un hombre del BCE, sobre la eurozona, atrapada en su dependencia de la energía rusa. La OPEP definió su cónclave en solo 13 minutos. No hay margen para una mayor producción petrolera. EE.UU. sumó solo cinco equipos de perforación en la última semana. El shale vendrá a las cansadas, no es una caballería al rescate. Y el precio del crudo se encarama cuando todo lo demás se derrite. El cobre, por caso, vale menos que en enero. ¿Y de dónde se conseguirá diésel? Dijo Neil Kashkari, una paloma de la Fed, que si los problemas de oferta no ceden, habrá que clavar los frenos de la economía.
¿Qué queda a mano para torcer el destino? Que la inflación se modere. Los precios de los autos usados, el emblema de la inflación pos-pandémica, se hundieron 1% en abril. Se precisa que por tercer mes consecutivo la inflación núcleo, que es el mejor predictor de la inflación general, certifique un ritmo en torno a 0,3%. O 3,7% anual. Esta semana, el informe de precios al consumidor arrojará una pista. Es condición necesaria pero no suficiente para incitar una visión más constructiva, aunque ya se dijo que Warren Buffet, a estos precios, tampoco la exige para gastar gustoso su efectivo en acciones.